Visítame en mis sueños. (Silvia Aguilar)

«Visítame en mis sueños. Cierra tus ojos y déjate llevar a ese lugar dónde nada empaña los deseos. Permitamos que la fantasía tome forma, brille y nos cubra.

Llévame de nuevo al comienzo, dónde nos conocimos. Acaríciame con tu mirada. Enrédate en mí.

Ahuyenta ladrones que ocuparon un lugar que no les correspondía, provocando que nuestros mundos estén rotos para siempre.

Dime lo que callas. Acércate, confiesa, aclara; reafirma lo dicho. Si quiero», susurra María mientras deja caer una lágrima al tiempo que con ternura coge sus manos y limpia su envejecido rostro sereno. Y canta … Le canta cómo dos extraños solitarios se convirtieron en amantes a primera vista

Abriéndose paso entre la confusión, el dolor de familiares y el ajetreo imparable que ocasiona la entrada de las ambulancias, le descubre: «¡¡Ha sido una colisión de tres vehículos en la autopista!!. Necesitamos ayuda urgente; cuatro personas gravemente heridas, dos en parada y una leve. Todos identificados. Por favor, procedan a avisar los parientes lo antes posible…»

Esta noche, ella no debía estar allí. Su turno había finalizado al amanecer, pero órdenes directas le obligaron a cubrir el puesto de su compañera. No intentó explicar una vez más, lo exhausta que se encontraba después de ocho días sin descanso. Las amenazas taparon su boca.

En más de una ocasión en estos casi treinta y cinco años de servicio, deseó escapar de los pasillos, salas y habitaciones de este viejo hospital necesitado de luz, pero llevaba tanto tiempo rodeada de gente a la que cuidar, personas que constantemente reclamaban su atención, que se convenció de que no podría ser capaz de dedicarse a otros menesteres y se dejó llevar. 

Los vacíos dejados por sus hijos ya mayores viviendo fuera de la ciudad, un marido fallecido mucho tiempo atrás, escasas amistades y poco ocio, le empujaron a rendirse anteponiendo este su trabajo, por encima incluso de ella misma.

No había vida en ella, pues a cada paciente entregaba un trozo de la misma e incapaz era de recuperarla. La dureza de las marcas del sufrimiento escritas a fuego en su corazón, no habían sido sanadas, más le habían concedido la opción de inmunidad ante el dolor. Ya ni sentía ni padecía.

Sin embargo, esta lluviosa y gélida fría noche, le había traído calor.

Él regresaba.

Su cuerpo tembló al descubrir la débil figura que yacía bañada en sangre. El paso del tiempo no impidió reconocerle. Aún conservaba esa medio sonrisa que su rostro dibujaba al dormir y que ella tantas veces en silencio, contempló. «Visítame en mis sueños», le decía él agarrando con fuerza su cuerpo.

Perdida andaba en la placentera inmensidad del mar de sus más preciados recuerdos mecidos al amparo de una balada, cuando una voz invadió su pequeño paraíso…

«Lo lamento, a consecuencia del brutal accidente, su marido ha sufrido graves daños y ha perdido la memoría», sentenció el doctor. «Se hace necesario permanecer a su lado para reconstruir su vida. Llenar su vacío con evocaciones pasadas que acaben con la amnesia».

Conteniendo el ligero alivio que siente, representa su papel de esposa tristemente afectada. Abraza a su hijo mientras alarga su mano para acariciar a su suegra que inmovilizada, no puede pronunciar palabra.

En minúsculos pedazos rompe aquel trozo de papel que estuvo a punto de robarle su vida; de derrumbar a golpe de firma y en un instante todo el camino labrado. No iba a permitirlo. Tiempo atrás se juró así misma cuando le conoció, que jamás le dejaría libre. Por ello peleó cruelmente, ganando batallas. Hoy ha visto como su mundo podía estallar en su propia cara devolviéndole la falta de piedad que ella llevaba vertiendo desde su juventud. Momentos de incertidumbre que tornaron a aliarse con ella restituyendo su mando: la incipiente dañada facultad de recordar que nace en su marido, se confabula con ella destruyendo acuerdo de disolución. Se ve de nuevo libre dueña del cautiverio de su marido.

«¡Enfermera!», grita con tono autoritario. «Este es mi nº de teléfono. Avíseme cuando él despierte».

María no reacciona. La frialdad de la esposa de Roberto paraliza sus movimientos.

Su único, verdadero e indestructible amor queda pues a su cobijo. No evita sonreír mientras se gira secando su rostro humedecido y cierra trás de sí la cortina que le traslada junto a su amado.

A solas con él, cuando el sol se apaga, calienta su cuerpo, cuida su reposo, le habla al oído y le canta…»Strangers in the night, two lonely people, we were strangers in the night …». Entonando suavemente esta balada que para ellos fue creada, pasa los siguientes seis días. Mañanas de vigilia en la distancia para no ser descubierta, llenaban de ansia las tardes en espera de poder acercarse a él. Esa invisible visión que los demás suelen tener de ella, favorece el no ser descubierta.

Los frutos de su amor comienzan a asomar. Roberto que permanece prácticamente ausente durante el día, despierta cada noche cuando los ecos de la voz de María penetran en él. La mira en silencio regalándole sonrisas.

«Lenta pero positiva recuperación. Su marido ha abierto los ojos y pese a que no puede articular palabra, le oigo canturrear», comenta el doctor a la familia. «Puede volver con Vds. a casa».

María regresa a planta tras recargar su cuerpo con unas buenas dosis de café. La rutina que sigue desde que él llegó, le lleva una vez más a entrar sigilosa en su habitación con un pedacito de tarta de manzana para endulzar el desayuno de Roberto. Aterrada al descubrir que ya no está, corre por el pasillo vociferando: «¡¿Qué ha pasado con el paciente de la 231?, ¿dónde está?!».

«María por favor deja de gritar a estas horas de la mañana. Necesitas unas vacaciones. No te puedes involucrar de esta manera con los enfermos. El doctor acaba de darle el alta. Se marcha a casa».

Tratando de controlar el latir de su corazón, alcanza el ascensor. Planta 0. Impaciente abre la puerta y de frente choca con la silla de su amado que con semblante serio y perdido observa sus manos. La familia de espaldas a él, cumplimenta documentación. María temblando se agacha, toma su mano, le entrega la tarta y acercándose a él le susurra cantando: «Visítame en mis sueños»… 

Es sorprendida por un movimiento brusco en la ortopédica silla de Roberto. El pastel cae al suelo. El conserje siguiendo indicaciones de la esposa, arrastra desganado las ruedas que sostienen a Roberto hacía la salida. Él con gesto contrariado va apagando su sonrisa. Extiende su brazo y gira levemente su cuerpo. María recoge el pisoteado pastel y con rapidez lo deposita en su mano, obstaculizando el avance. Freno en seco. Todas las miradas se posan en María. «No podía dejar que se fuera sin su desayuno», balbucea conteniendo abrazos y besos.

«Extraña mujer», dice la esposa reanudando la marcha sin mirar.

Roberto recupera alegría y es entonces, cuando él canta  …»Strangers in the night, two lonely people, we were strangers in the night …».

Mas relatos de la autora en http://silviaag.blogspot.com/
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6 respuestas a Visítame en mis sueños. (Silvia Aguilar)

  1. Me ha gustado especialmente la sensibilidad del inicio, y la incertidumbre ambigua hasta el final. Tú relato ha sido el que me ha visitado esta noche, ya que Morfeo no aparece por mis sueños ;-p

  2. Silvia AG dijo:

    🙂 🙂 :). Muchas gracias Tam y gracias también por leerme. Un abrazo

  3. tico dijo:

    Qué gran relato y qué bien escrito. Con unas cuantas frases geniales. Me ha gustado mucho.

  4. Eres única, Silvia, y todo lo que tocas con tu varita mágica lo hace ser, también.
    Imprimes tu propia personalidad en tus escritos y eso es genial.
    En este caso, tu sensibilidad a flor de piel…
    ¡Enhorabuena!
    Besitos de hada

  5. Es muy bonito, Sylvia.

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