La mujer de la estación (Nelaache)

La lluvia caía con una lentitud pasmosa chapoteando sobre las baldosas mugrientas de la estación de tren a la que había ido a parar sin saber ni cómo ni por qué, empujado por la necesidad de huir de una vida anodina y sin sentido.

Allí permanecí sentado, fumando un cigarrillo mientras permanecía resguardado sólo apenas por la ligera protección de un saliente de uralita del que se desprendía tenue un fino hilo de agua de lluvia que apenas dibujaba una débil línea oscilante ante mis ojos.

– Parece que hoy va a hacer mala noche –oí que decía alguien.

Me giré con cierta brusquedad y observé, no sin cierto asombro, la imagen de una mujer sentada en un banco, unos metros más allá.

Parecía ubicada en la etapa de la madurez. Tendría sobre unos cincuenta años. Iba bien vestida, arropada por un burdo abrigo negro de lana. Llevaba las manos embutidas en unos guantes del mismo tejido. Su imagen se me representó como fantasmagórica, misteriosa, como una especie de aparición que pretendía horadar mis pensamientos con la finalidad de conocerlos.

– Sí, eso parece –respondí dispuesto a hundirme de nuevo en mis negativas y oscuras cavilaciones, propias de quien desconoce cuál es el destino que la vida le depara al subir al primer tren que pasa.

– ¿Le importaría darme un cigarrillo? –preguntó haciendo gala de una exquisita educación.

– No, claro que no –respondí acercándome a ella y extendiéndole al propio tiempo el paquete de tabaco por el que asomaba la boquilla de un pitillo.

Ella sacó el cigarro y se lo llevó a los labios mientras yo le aproximaba la débil llama de mi mechero. Aquella luz vacilante me permitió observar con mayor detenimiento las finas arrugas que se dibujaban en los ojos de la mujer, la cual, una vez hubo encendido el cigarrillo, levantó la mirada hacia mí dejándome prendado por la belleza de sus dos enormes ojazos oscuros, tan oscuros como aquella noche lluviosa que se cernía sobre la estación ferroviaria.

– Discúlpeme –dije para romper el hielo-. Parece que esté usted esperando a alguien.

Ella sonrió:

– ¿Esperando a alguien? ¡No, no qué va! Pretendo subir al primer tren que pare aquí.

– ¿Es verdad eso? –pregunté sorprendido por la coincidencia.

– Puede apostar lo que quiera.

– ¡Vaya! ¿Puede creer que a mí me ha traído hasta aquí la misma intención?

Ella me miró con curiosidad. Tenía los ojos grandes, bordeados de largas pestañas. Su mirada era cansada, entre resignada y decidida a echarse el mundo por montera. Descubrí en esos ojos una belleza serena, reposada que me transmitía solidaridad y comprensión:

– Parece usted muy joven para estar cansado de la vida –dijo.

– ¿Cansado? Bueno, yo no diría tanto. Digamos simplemente que no estoy conforme con mi modo de vida actual, así que he decidido cambiarlo.

– ¿Cambiarlo? ¿Así, de repente?

– No, de repente no. Llevo meditándolo algún tiempo… No es fácil dar el salto.

Ella echó la cabeza atrás y rió:

– En esta vida no hay nada fácil. Dar un salto de tamaña envergadura implica siempre alguna renuncia.

– Cierto –respondí-. En mi caso, a una vida bastante confortable, no crea.

La mujer me miró con curiosidad, como midiéndome o comparándome consigo misma:

– No es frecuente que un joven repudie una existencia fácil –dijo por fin.

– Tal vez yo no sea un joven normal –manifesté encogiéndome de hombros-. Tal vez es que simplemente me he cansado de la normalidad.

A continuación la miré con interés, como si de repente se hubiera convertido en un enigma que me había propuesto desvelar.

– Usted sí que parece cansada. Da la impresión de alguien que ha vivido mucho.

– ¿De veras? –preguntó aparentemente interesada.

– Discúlpeme si soy indiscreto pero…

– No, por favor. Siga, siga. ¿Qué ha creído ver en mí para convertirme de repente en alguien interesante?

Me pareció que se burlaba, pero aún así hice como que no me había dado cuenta de su ironía:

– No sé…, no deja de ser un misterio… Una mujer sola en una estación de tren, en medio de una noche desapacible…

– Bueno, para mí no es tan extraño. Nunca he temido a la lluvia.

Poco a poco fui consciente de que el misterio que aquella desconocida irradiaba se iba acrecentado, y con ello mi interés y la indudable fascinación que ella despertaba en mí:

– Pero no me negará que usted también huye de algo…

La mujer dirigió la mirada hacia algún punto de la lejanía que sólo ella podía divisar. Luego suspiró:

– Probablemente, pero no creo que mi vida resulte interesante para nadie.

Aunque su seguridad coartaba indudablemente mis ansias de saber, continué aferrado a mi curiosidad:

– Se equivoca. Me gustaría adivinar de qué huye usted.

Los ojos oscuros de la mujer volvieron a escrutarme:

– Inténtelo… -susurró.

Enmudecí unos segundos observándola. En esos momentos me parecía alguien extraordinariamente bella. Notaba un leve cosquilleo mordiéndome las puntas de los pies:

– ¿Un desengaño amoroso, tal vez?

Ella echó la cabeza hacia atrás y liberó una carcajada:

– ¡Hay que ver ustedes los jóvenes románticos! ¿Qué les hace pensar que una mujer sola sentada en el banco de una estación, apurando un cigarrillo, en medio de una noche tormentosa, está tratando de escapar de la sombra de un hombre que la ha castigado impíamente?

– Bueno, no sé… Sólo era una suposición. Espero no haberla molestado.

Dominado por una repentina timidez giré la cabeza para no encontrarme con sus ojos, pero ella agarró mi barbilla y me obligó a mirarla:

– No me ha molestado en absoluto.

Por unos instantes nuestras miradas se quedaron mutuamente hipnotizadas. Imposible me resulta describir el hechizo que en aquel momento parecía flotar en el ambiente. Fue entonces cuando me di cuenta de cuánto la deseaba. Ni la diferencia de edad, ni el simple hecho de que fuera una mujer sin nombre, con un indudable e intenso pasado a la espalda suponían obstáculo alguno a la ardiente necesidad que en esos instantes mágicos iba creciendo por culpa de ella.

Me atrevería a asegurar que algo parecido debió sucederle, pues observé como sus carnosos labios pintados de un tono oscuro temblaban, sentí cómo el aire que desprendía su boca me quemaba, y así nos fuimos aproximando poco a poco y silenciosamente, hasta que sin saber por qué nos fundimos en un beso, el único con el que ella me obsequió.

Cuando separamos nuestros labios, seguimos observándonos en silencio, como si tuviéramos miedo de que se rompiera aquel prodigio que había nacido en lo más recóndito de nuestro interior. El deseo no esperado es capaz de generar estas situaciones que, por prodigiosas, sólo surgen una vez en la vida.

A lo lejos, el tren silbó. Avanzaba con una velocidad ralentizada, como si pretendiera darnos un poco más de tiempo:

– Es mi tren –dije solo-. Y supongo que también el suyo.

La mujer esbozó una sonrisa casi maternal, como si fuera a despedir a un hijo:

– No, no lo es. En realidad, no voy a coger ningún tren. Siempre vengo aquí esperando uno que nunca llega.

Me quedé sorprendido, con la boca abierta, supongo que con cara de tonto porque ella prolongó su sonrisa y me miró tiernamente:

– Anda. Prepárate para dar el salto. No vayas a perderlo.

– ¿No va usted a cogerlo también? –insistí.

– No, cariño –respondió haciéndome una amable concesión-. Yo no voy a ninguna parte…

Me quedé enmudecido contemplándola y luego giré la cabeza. El alarido del tren se oía ahora mucho más cerca. Dudé por unos segundos como si tuviera que tomar en ese momento la decisión más importante de mi vida que se debatía entre dos deseos: abandonar una vida que no me satisfacía y caminar en busca de un futuro incierto o quedarme en la estación junto a aquella mujer que había despertado mis instintos sexuales y mi necesidad de saber más sobre ella; pero luego, mientras me levantaba, sólo dije:

– Pues, adiós…

– Adiós. Y gracias por el beso que me has regalado.

– Supongo que no la volveré a ver…

– Supongo que no.

– Ha sido un placer.

– Lo mismo digo. Siempre es un placer encontrar algo imprevisto a la vuelta de la esquina.

El tren paró y subí a bordo, pero todavía permanecí pegado al cristal de la ventana, al que se adherían finas hebras de lluvia. Y así la vi desvanecerse, a medida que el tren se alejaba de la estación con un lamento interminable.

Me derrumbé en un asiento y permanecí ensimismado sin acabar de creer que un encuentro tan fugaz me hubiera absorbido de aquella manera. La imagen de la desconocida seguía presente en mi cabeza como si la tuviera delante. El revisor interrumpió aquel instante de hipnotismo:

– Billete, señor.

Me llevé la mano a la chaqueta, saqué el pequeño trozo de papel que me legitimaba para ocupar un puesto en el convoy y se lo tendí.

– Gracias –dijo el revisor-. Que tenga buen viaje, señor.

Cuando el hombre se retiró, volví a mis meditaciones. Acerqué la cara a la húmeda ventanilla del tren. La lluvia seguía cayendo inmisericorde, pertinaz, como la banda sonora de una noche cualquiera en la vida de cualquiera.

Me pregunté qué habría ocurrido si en lugar de coger el tren en busca de mis sueños, me hubiera quedado junto a la desconocida de la estación. Intenté retomar el hilo de la historia y me sorprendió la fuerza con la que aquella mujer seguía arrastrándome hacia sí. Mi imaginación fabricó la continuación de aquel encuentro hasta el punto de llegar a verla entre mis brazos acariciando la suavidad de su piel en la habitación de un motel apartado del mundanal ruido. Y así, poco a poco, fui quedándome dormido.

Cuando el silbido del tren me despertó, la lluvia había cesado, la oscuridad se había esclarecido y la magia se había disuelto. De la noche anterior apenas quedaba el vago rastro de un deseo que poco a poco se iba extinguiendo, como el nuevo día que se abría paso entre las nubes rotas… 

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17 respuestas a La mujer de la estación (Nelaache)

  1. amaiapdm dijo:

    Gracias por escribir Nela, me ha encantado tu relato, un saludo. Amaya

  2. Nelaache dijo:

    Muchas gracias, Amaia. Un saludo a ti también.

  3. Alex de la Rosa dijo:

    Me ha gustado mucho. A mitad del relato pensaba que se trataría de algo más misterioso, pero me ha gustado la resolución. Inconscientemente me ha venido a la memoria la historia de Lost in Translation, en la que hay una especie de amor imposible. Muy bueno. Un saludo!

  4. Mar dijo:

    Muy bonito y bien narrado, Nelaache. Ya se sabe los trenes se cogen en su momento o se dejan pasar. Me ha gustado mucho.

  5. Nelaache dijo:

    Muchas gracias por vuestros comentarios y por leerme. Celebro que os haya gustado

  6. manolivf dijo:

    Me gusta mucho la historia. En cuanto a la narración hay algún párrafo que podría mejorarse como: permanecí sentado, mientras permanecía… y lo de: resguardado sólo apenas (debería decirse: resguardado sólo por…, o bien: resguardado apenas por…).
    Por lo demás el relato y la atmósfera que creas me gusta. Un saludo.

  7. Nelaache dijo:

    Gracias Manolivf. Un saludo

  8. eva dijo:

    Olé y Olé! Me ha tenido enganchada, me ha rememorado esos personajes femeninos que protagonizaban las películas de antes, llenos de sensualidad y misterio. De hecho, me parecía estar viendo una peli por lo bien que están reflejados los personajes. Nela, me ha encantado…y me he quedado con ganas de saber más. Pero el deseo es así, caprichoso e imprevisible, como el tren que espera esa mujer y no llega. Estoy de acuerdo con Manuela, el primer párrafo me confundió un poco por lo que ya se ha comentado, pero el resto es genial…y hay mucho resto. Una joyita. Gracias por compartirlo.

  9. Nelaache dijo:

    Muchas gracias por tu comentario, Eva. Me alegro de que hayas disfrutado y de que te haya gustado tanto. Saludos

  10. Carolina Garcés dijo:

    Excelente historia. Logra transmitir cada uno de los sentimientos de los personajes.

  11. Tritio dijo:

    Una narrativa bien desarrollada con una «necesidad» de desenmarañar el misterio creciente en paralelo con la del chico. Creo que le he gritado al ordenador mientras leía… algo así como «¡¡Imbécil!!¡No subas a ese tren!» Con esto quiero decir que me has comprometido con los personajes y eso, en un relato corto, es decir mucho.

    Enhorabuena

  12. Nelaache dijo:

    Muchas gracias por vuestros comentarios. Es bonito saber que lo que se refleja en el relato se haya sentido de un modo tan profundo. ¡¡Besos!!

  13. Ángela dijo:

    Madre mía, juraría que había comentado este relato porque debo confesar que me gustó mucho. Que bonito es cuando dos personas se encuentran en una estación, que bonita metáfora ese impasse, ese lugar en medio de todo que es una estación de tren. Un lugar donde se toman decisiones, donde hay trenes que no se deben dejar escapar …dejar escapar, como ese beso…
    No creo que el muchacho lo olvide, tampoco la mujer, porque ese beso representa esos trenes en diferentes direcciones que los dos debían tomar.

  14. Nelaache dijo:

    Muchas gracias, Ángela. Preciosa la lectura que has hecho del relato. Es lo que pretendía reflejar: el dilema que se plantea ante las grandes decisiones de nuestra vida. ¡Un besazo!

  15. Mar dijo:

    Más que merecido. Mi ENHORBUENA, Nelaache.

  16. manolivf dijo:

    Enhorabuena Neelache!. Un saludo. 🙂

  17. Nelaache dijo:

    Muchísimas gracias y besos a todos!! La verdad es que no me lo esperaba… Me alegro que os haya gustado y, sobre todo, que lo hayáis disfrutado.

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