Mi padre (Jesús Delgado Morales)

     El día que la vida decidió poner fin al contrato que tenía con mi padre, comenzaron mis peores seis meses de aquella.

     Cuando falleció mi padre, ya tenía una edad. Esta expresión hubiera sido la primera que hubiera aferrado al pronto cualquiera conocedor del luctuoso suceso, como si con estas palabras se pudiera enjugar la pena que me acometía. Una edad tenemos todos, desde el que acaba de vislumbrar el mundo que le envuelve, hasta aquel que puso fin a tantos inviernos como el calendario haya querido enmarcar en un paisaje nevado, de ateridos árboles y abrigos al viento. La edad no es una excusa para poner fin a la existencia, tal vez sea motivo suficiente para asomarnos al abismo de la muerte, para hacernos resbalar y dar con nuestros huesos en túnel del tiempo, ese que dicen que se vislumbra al final de un trayecto marcado en las líneas de las manos.

   Corren tiempos de agnosticismo, las creencias inculcadas a través de generaciones se van perdiendo, se diluyen en una sociedad que se cree de vuelta de todo y no ve más allá del momento presente. La espiral que nos arrastra, se olvida de lo bueno que pueda tener la fe entendida dentro de una realidad manifiesta. La fe no es otra cosa que la esperanza de que se cumplan los deseos más profundos que pueda albergar el corazón humano.

     Mi padre aún no había alcanzado los ochenta y dos años. Sí, pueden parecer suficientes como para poner fin a una vida plagada de experiencias, de sueños concertados o deseos atisbados. Ciertamente era una edad razonable como para haber dejado sus asuntos y los de mi madre, resueltos.  Y sí, así lo hizo, no dejo cabos sueltos ni siembra por segar por la señora de la guadaña, las gavillas de sus recuerdos ya forman parte del paisaje; parco tributo quedaba por recoger. No es menos cierto, que a pesar de que los años cumplidos fueron unos cuantos, los asuntos venideros bien podían haber alargado su edad hasta los noventa como pedía mi madre, o noventa y cinco si los hubiera alcanzado. ¿Por qué no cien ya puestos a pedir? En esta casi década de ausencia han acontecido asuntos a los que él estaba invitado: la boda de su segunda nieta, el nacimiento de su primera bisnieta o el cáncer terminal de su esposa.

     Mi padre fue un hombre grande sin grandezas, un hombre austero en su riqueza y un amante esposo que supo valorar en su justa medida el peso de mi madre. Tuvo varios hijos y nietos, algunos buenos amigos y cientos de personas que le reconocieron su valía humana, tantos como si se tratara de un popular torero, llenaron el camposanto el día de su última faena; la de su propia despedida de todos los que les amamos, le conocimos y respetamos.

     Jorge Manrique dedicó unas coplas a la muerte de su padre, José María Gironella le dedicó al suyo un libro ¿Acaso yo, escritor y poeta sin prestigio ni reconocimiento, no puedo dedicar al mío este relato?

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4 respuestas a Mi padre (Jesús Delgado Morales)

  1. Carto Péreton dijo:

    Ya quisieran escritores de prestigio escribir relatos como lo haces tu. Enhorabuena.

  2. amaiapdm dijo:

    Me ha encantado tu relato y brindo contigo por ese gran padre. Un saludo literario. Amaya

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