Sin retorno. (David Gambero)

Llegó al tren sin valor ni aliento. Y al tercer empujón tratando de encontrar su asiento supo también que lo había hecho apenas sin tiempo. Cuando asiento y billete coincidieron en número se desplomó rendida y maldiciendo entre dientes el anonimato que permitía a la gente ser tan desconsiderada con los demás pasajeros. Pero ese pensamiento desapareció al instante cuando, entre parpadeo y parpadeo, un hombre de avanzada edad, embutido en un traje arrugado, mal afeitado y con ojos ambarinos se sentó ante ella.

-Disculpe… creo que no ha preguntado si estaba ocupado –le dijo.

-¿Está ocupado? –preguntó él con un acento que le resultó vagamente familiar.

Aquello la obligó a negar desconcertada. Algo en la presencia de aquel hombre la turbaba. Aunque lo que más le molestaba era que ese asiento sabía que ya tenía dueño.

-Bien…No tenía ganas de ir persiguiéndola por todo el tren –argumentó él de pronto.

Ante la muda pregunta que formularon los ojos de ella aquel hombre asintió y se puso  más cómodo de lo socialmente aceptable entre desconocidos.

-¿Cómo se llama? –preguntó este mientras aderezaba su postura cruzando las piernas.

-Helen Maydana.

-Bonito nombre… Y ahora ¿podría contestar a mi pregunta sin tratarme como un idiota? Le he preguntado por su nombre, no que me dijese un nombre cualquiera…Helen.

Ella dudó unos instantes presa del desconcierto. Miró de manera inconsciente a los lados sin saber que buscar y precisamente eso encontró: nada. Todos los pasajeros que les rodeaban seguían enfrascados en unos antinaturales mutismos con las miradas perdidas en sus respectivas ventanas que mostraban un paisaje anodino y vulgar de un campo árido que clamaba la visita de la lluvia desde hacía mucho tiempo.

-Sasha… -tartamudeó ella finalmente.

El nombre sonó extraño en sus labios. Oxidado a fuerza de olvido y silencio.

-Hugo Stone –se presentó él casi con desidia-.Veo que ha trabajado mucho en su acento Helen… Lástima que no haya puesto el mismo esfuerzo en olvidar o no estaría aquí.

Ella asintió perdiendo su mirada más allá del suelo. De pronto el peso aquel nombre se le hizo intolerable y no encontró fuerzas para volver a cargarlo o no odiarse a sí misma.

-Creo que la llamaré Helen –le concedió Hugo -¿Le han explicado lo que hago?

-Se dice que usted puede llevar a una persona a un lugar al que no le es posible regresar –resumió las miles de habladurías y rumores que la habían llevado a aquella situación -. La cuestión importante es… ¿Puede de verdad llevarme a mí?

Hugo sonrió con suficiencia. Había algo más que extraño en aquel hombre que hacía querer a Helen huir de allí a la carrera, por más que fuese lo último que desease hacer.

-Puedo acompañarla allí. Usted no es tan especial –dijo finalmente este -. Sí… Además mucho me equivoco o lo necesita de verdad. Aunque yo también voy a necesitar algo…

Este comenzó a frotar sus dedos insinuando algo que ella ya tenía más que preparado. Un cheque cambió de manos aumentando pulgada por cero la sonrisa de Hugo.

-¿Ha tenido que hacer cosas reprobables para conseguir ese dinero?

-A partir de cierta cantidad todo lo que se hace es reprobable. Imagino que es suficiente.

-Nunca se tiene suficiente dinero… Pero algo me dice que hoy ha merecido muchísimo la pena salir de la cama –el cheque bailó unos segundos en los dedos de Hugo y desapareció en el interior de su bolsillo -. Bien… ¿Dónde desea regresar?

Helen hurgó con dedos temblorosos el bolsillo interior donde había guardado el sobre que con miedo esmerado había preparado la noche antes. Se lo tendió sin ceremonias mientras trataba con todas sus fuerzas calmar el desesperado latir de su corazón.

-¿Sobre cerrado? –musitó él-. ¿Quiere que haga un salto a ciegas?

Hugo se mesó la descuidada barba unos segundos mientras sopesaba aquella inusual propuesta al tiempo que apostaba a que Helen rezaba para sus adentros que aceptase.

-Una hora… No puedo darle más –le indicó Hugo al tiempo que se guardaba el sobre.

-Espero no necesitar más.

De pronto la picardía de Hugo dio paso a una extrema concentración. Helen no tardó en percibir un cambio sustancial en el ambiente. Todo se volvió mucho más liviano y frágil. Irreal incluso. Era una sensación de desconexión extraña y nada agradable.

-Lo que vendo son viajes únicamente de ida Helen, así que voy a necesitar que se concentre profundamente en ese lugar y el momento exacto al que desea ir. Usted debe hacerme de guía pues yo sólo soy el maquinista del desplazamiento y más tarde su acompañante. Lo que haga o deje de hacer allí ya no será de mi incumbencia…

-Todo eso ya lo sé –mirada y palabras de Helen se endurecieron presas de la impaciencia-. Lo que no sé es cómo lo hace.

-Oh…Hay una explicación para todo esto, desde luego.

-¿La misma por la que necesita el destino por escrito?

-Exactamente la misma. Ahora puede escoger que le relate un aburrido cuento de mi vida o milagros o hacer lo que ha venido a hacer –ella asintió ante las agresivas palabras de Hugo prefiriendo lo segundo-. Bien, ahora vamos a entrar en un túnel largo y muy oscuro. Yo utilizo ese túnel para dar el salto así que concéntrese, aguante la respiración y espero que no haya desayunado fuerte o lo va a poner todo perdido…

Inesperadamente el tren comenzó a aumentar la marcha y el vagón comenzó a zarandearse de manera peligrosa. Helen se aferró a los laterales del asiento mientras que Hugo cerraba los ojos y se volvía ajeno a todo aquello. Un largo pitido de la locomotora sobresaltó a Helen cuyos vellos se pusieron de punta y de pronto el ambiente cambió y una opresión sin cuartel le arrebató el aire de los pulmones y la empujó contra el asiento aplastándola. Quiso decir algo. Preguntar si aquello era normal pero una traicionera oscuridad se cernió sobre ella. Dejó de oír. Dejó de sentir. Pero no dejó de pensar. Entonces hizo lo que se le había dicho. Su mente volvió a un punto donde no se había atrevido a detenerse en mucho tiempo. Las nieblas de aquel auto impuesto olvido se resistieron a disiparse pero ella las obligó a retirarse a pesar del dolor y las lágrimas. Quería volver allí. Necesitaba volver allí. Y de pronto, sin siquiera tener que abrir los ojos, supo que estaba allí. Todos sus sentidos le asaltaron con sensaciones familiares. Sensaciones de los mejores días de su vida. Y también de los más terribles.

-¡Ah! –se quejó cuando de pronto cayó a plomo sobre una inesperada nieve.

Todo a su alrededor era blanco. Todo menos el cielo hacia el que estaba enfrentada. Un cielo de un azul tan imposible como cálido. Un cielo del pasado. Su propio cielo.

-¿Está bien? –se interesó Hugo irrumpiendo en su visión de aquel límpido cielo.

Ella asintió aunque su estómago se hubiese declarado en rebeldía y sus sentimientos pugnasen entre extremos de felicidad y pena. Aceptó la mano que le tendía y de pronto estuvo en pie enfrentándose a un imposible.

–Espero que sea este el lugar al que deseaba volver –le susurró Hugo.

Ella miró a su alrededor. Un bosque de amplios claros y enormes y familiares árboles le decían que así era. Aquel era el lugar al que deseaba volver. O más bien sus alrededores.

-Es increíble…

-No tanto –le aseguró Hugo arrebujándose dentro de su chaqueta mientras su aliento se hacía visible-. He tenido que hacer lo imposible por evitar que nos machacásemos contra su realidad. Nadie se me había resistido tanto al salto en mucho tiempo.

Ella le miró todavía tratando de convencerse que aquello no era un sueño. Todo estaba tal y como dolorosamente recordaba. Rápidamente encontró sepultado bajo la nieve el sendero natural que había recorrido miles de veces y supo exactamente donde estaba. Lo que no supo fue encontrar los pasos que debían llevarle un poco más allá.

-¿Podemos seguir adelante? –preguntó ella con la mirada perdida en el horizonte.

De pronto Hugo pareció ausente. También había comenzado a mirar en todas direcciones y su rostro hierático comenzaba a mostrar fisuras de dudas. Helen no supo contener su impaciencia ni discernir el misterio que había envuelto la mirada del hombre y comenzó a subir una pequeña colina que tenían ante ellos. Hugo musitó algo para sí mismo y la siguió encontrándola arrodillada un poco más adelante.

-No… -escuchó Hugo gemir a Helen -. No he vuelto a tiempo.

A más de un centenar de metros una enorme casona de dos pisos se alzaba quemada hasta sus cimientos. El escuálido armazón que otrora fuera una suerte de pequeño palacio no era más que un pálido esqueleto de hollín y desolación. Helen cerró los ojos con fuerza sin parar de maldecir. A su lado Hugo descubrió unas pequeñas pisadas que ella parecía no haber notado. Las borró al instante sin pedir un permiso que no necesitaba.

-Sucede muy a menudo –le dijo él con la voz más cálida que supo encontrar -. A veces se recuerda el lugar pero no el momento al que volver. No es culpa suya Helen…

-¡Claro que sí lo es! –se quejó ella- ¡Ya no podré evitarlo! ¡No podré volver jamás!

-No habría podido evitarlo Helen. Nada de esto es real. Me gustaría que hubiese una explicación que poder ofrecerle pero por desgracia no la tengo. No estamos en su pasado o en el pasado de nadie. Sólo estamos aquí. Su momento y su lugar. Nada más.

Ella encontró su mano y la apretó tratando de encontrar fuerzas en esta. Pero no existía lugar alguno donde Helen pudiese sacarlas. Aunque todavía había algo que podía hacer.

-¿Podemos ir?

Hugo asintió en silencio. Con paso vacilante y guardando una distancia prudencial el uno del otro bajaron hasta la casona. Pronto la blancura de la nieve se perdió junto con la belleza del bosque. Todo se volvía sucio y quebrado. Todo reflejaba lo que en aquel lugar había sucedido donde las ascuas de la tragedia aún seguían brillando. La puerta principal estaba destrozada y el amplio interior del edificio exponía con casi todas sus estancias a la cruel intemperie. Un miedo antiguo y sobrecogedor atenazó a Helen impidiéndola dar un paso entre toda aquella desolación.

-No es así cómo quería recordarla…

-Dudo que nadie quiera recordar su hogar en este estado –musitó en voz baja Hugo.

-Este no era mi hogar –contestó ella-. No… Durante mucho tiempo sí que lo fue. El mío y el de otros niños. Era un sitio extraordinario para jugar y perderse en la inocencia.

-¿Qué era esto entonces? ¿Un orfanato?

-No. Todos teníamos padres… Los padres equivocados en un momento equivocado.

Aquella afirmación apesadumbró aún más a una Helen que inconscientemente subió los dos peldaños de la entrada donde su pasado la hizo descubrir algo que creía parte de sus pesadillas. Bajo un cúmulo de nieve la figura de un hombre desplomado boca abajo se confundía con la destrucción del lugar. Con paso temeroso Helen se arrodilló a su lado, le sacudió la nieve que ocultaba un rostro desfigurado por las llamas y muchas más cosas y entonces sus lágrimas por fin encontraron una razón real por la que derramarse.

-Tío Robert… –gimió antes de caer sobre él abrazándolo.

Hugo contempló la escena en silencio. La nieve sucia y oscura que manchaba el cadáver completaba la historia que las lágrimas de Helen contaban. Quiso dejarla con su dolor pero en su huida sus pies chocaron contra algo metálico que había en el suelo. Reconoció el frío brillo de metal de la pistola con la que había topado.

-Nos defendió como pudo –comenzó a relatar Helen-. Pero no era un soldado… Él sólo nos cuidaba lo mejor que sabía. El tío Robert… No era más que un buen hombre.

-Pues debió ser mejor hombre. O no hubiese permitido que pasase nada de esto.

-¡¿Qué sabrás un tipo como tú?! –gritó Helen encarándose con Hugo- ¡Fue culpa mía que nos encontraran! ¡De haberle hecho caso!… ¡Todos estarían vivos…!

Nuevas lágrimas, estas de culpabilidad, anegaron el rostro y la razón de la mujer que no pudo soportar la mirada vacua del hombre que tenía ante sí y retrocedió a través de aquel enorme salón en busca de un lugar que coincidiera con sus dolorosos recuerdos.

-¿De qué va todo esto Helen? ¿Qué es lo que has venido a hacer aquí en realidad?

-Yo… Pensé que si regresaba podría evitar que todo esto sucediese. Que al ver sus caras de nuevo dejaría de ver sus fantasmas por las noches. O al menos ponerles rostro. Yo…

-¿Por qué estabais aquí? ¿De qué os escondíais? –preguntó Hugo con inusual dureza.

-Por aquel tiempo ni yo misma lo sabía. Creía que era una especie de juego. Pero no era así. Nuestros padres formaban parte de un gobierno que agonizaba… Y para mantener el poder que aún ostentaban hicieron cosas horribles a demasiada gente. Por eso, cuando finalmente intuían que su caída estaba cerca nos enviaron a este lugar para protegernos.

-¿Acaso creyeron que un solo hombre sería suficiente para protegeros?

-No lo sé. Al principio recuerdo que había dos personas más con el tío Robert pero una noche discutieron con el tío Robert y se marcharon. Desde entonces ya no nos dejaron jugar en el bosque nunca más. Pero a mí me encantaba jugar fuera… Y un día me escapé al bosque y me vieron unos soldados… Por lo visto el gobierno acababa de rendirse y nos estaban buscando para… ¡Maldita sea! ¿Dónde diablos está?

Helen comenzó a apartar trozos de madera frenéticamente en un ataque de ira. Sus manos palpaban el suelo en busca de algo que parecía haberse desvanecido.

-Así que al final os encontraron… -musitó Hugo que caminaba por los escombros con asombrosa familiaridad-. Y esto es lo que sucedió. Lo que ese hombre pudo evitar.

Entonces se arrodilló junto a una Helen que, agotada y vencida por sí misma, se mordía el labio tratando de no comenzar a llorar de nuevo.

-Los soldados tomaron la colina… Le gritaron al tío Robert que se rindiera o entrarían a la fuerza a por nosotros. Incluso uno de aquellos soldados le dijo que era su amigo y que le prometía que no nos harían daño… Pero el tío Robert no les creyó. Nos dijo que nos escondiéramos y que no hiciéramos ruido, pero yo no quería abandonarlo. Entonces me dio una foto que nos tomamos todos cuando llegamos a esta casa y le dijo a mi hermano que la escondiera conmigo bajo la trampilla que había en la alacena… De pronto comenzaron los gritos y las explosiones. Yo me asusté mucho y me puse a gritar. Mi hermano trató de acallarme pero entonces alguien abrió la trampilla, metió la mano y agarró a mi hermano… Cerré los ojos asustada esperando a que me sacaran a mí también pero no lo hicieron. Quien fuese me dejó allí encerrada y aún no sé el motivo…

Hugo se levantó, caminó por la estancia, apartó con los pies una piedra y sonrió.

-¿Cómo…? ¿Cómo es posible? –preguntó Helen asombrada al ver que bajo los pies de aquel hombre estaba aquel escondite que la había cobijado en el pasado.

Hugo no dijo nada. Simplemente se dejo empujar cuando Helen se lanzó hacia la trampilla. Al momento encontró lo que buscaba. Con lágrimas de felicidad alzó una vieja fotografía en la que estaban estampados en primer plano y abrazando al tío Robert los rostros de doce niños inmensamente felices. Helen lloró con libertad mientras los recuerdos más dulces se abrían paso entre los más amargos. Mientras aquella imagen en blanco y negro ahuyentaba los fantasmas que la habían perseguido cada hora de su vida. Allí estaba ella. Una niña de no más de diez años a la que su hermano mayor le sostenía la mano y la sonrisa mientras miraba a la cámara. De pronto algo le robó el aliento. En la foto había dos personas más en segundo plano. Los dos hombres que les habían trasladado y cuidado al llegar a aquella casa. Uno alzaba a uno de los niños sobre su cabeza provocando la risa de este mientras que el otro, que era el que había tomado la foto, se veía reflejado levemente en un espejo. Su rostro era apenas visible pero Helen lo reconoció al momento… Lo tenía ante ella.

-¡No… No es posible! –gritó ella temblando al tiempo que retrocedía.

-No sabes lo que pasó ese día Helen. No sabes lo que tus padres nos hicieron a todos.

Helen salió corriendo de allí, huyendo de explicaciones vacías que sabía disfrazadas de mentiras. Aquel hombre que la había llevado a su pasado también había formado parte de este. En su febril huida tropezó con el cadáver de Robert y cayó de bruces. Pero el dolor lacerante de la caída se disipó en el momento que descubrió ante sí la pistola abandonada. Cuando Hugo llegó al salón ya le estaban amenazando con ella.

-No puedes matarme aquí Helen… Nada de esto es completamente real.

-¡Me da igual! –chilló de rabia ella -¡Tú le mataste! ¡Tú te llevaste a mi hermano!

-Yo te dejé en aquella trampilla –le confesó-. Sólo pude salvarte a ti. Y de no haber escondido esa foto habrían sabido que faltabas… No pude hacer otra cosa.

-¿Qué pasó con él? ¿Qué pasó con todos?

-Lo que tenía que pasar…Eso lo sabes bien. Por favor, no me hagas decírtelo.

Helen no pudo aguantar aquello que sabía verdad. No con tanto bullendo en su interior. Cerró los ojos con fuerza y deslizó su dedo por el gatillo con suma facilidad. La deflagración sin embargo no sonó atronadora, sino como un eco distante. Abrió los ojos apresuradamente sólo para descubrir que ya no estaban en aquella casa… Sino abandonando las tinieblas del túnel en el que se había sumergido aquel tren. Y ante ella tenía a aquel hombre al que odiaba con todas sus fuerzas. Sólo que, por alguna extraña razón no podía moverse. Hugo, sin embargo, si que podía para su mayor frustración.

-No hay muchas cosas que pueda hacer… Sasha –le dijo un apesadumbrado Hugo-. Pero además de llevar a una persona a un lugar al que no puede volver también puedo hacer que una persona no pueda regresar a lugar concreto. Cuando nos encontramos te coloqué en el bolsillo ese lugar… que no es otro que este tren. Siento mucho haber tenido que hacerlo pero es necesario para mi propia seguridad… Y también la suya.

Helen se sentía a punto de estallar. Aquella parálisis antinatural la estaba amenazando con volverla loca. Por más que tiraba sin tirar nada sucedía. No entendía el motivo que había llevado a aquel hombre a acceder a su deseo. Máxime sabiendo lo que sabía…

-¿Por qué?

La pregunta sorprendió a ambos. A ella porque se deslizó junto con unas lágrimas que cosquillearon sus mejillas. Y a él porque acababa de presenciar un imposible que aceptó de buen grado y con una sonrisa franca. Entonces rebuscó dentro de su chaqueta y, para sorpresa de Helen, sacó la foto que aún conservaba la única felicidad de su juventud.

-Cuando la casualidad hizo que me buscases sabía que tenía que devolverte lo que te pertenecía Helen… No aspiro a que comprendas lo que pasó ese día. Ni tampoco a que me perdones. Pero nadie abandonó aquella casa siendo el mismo –se agachó ante ella y la tomó en brazos sin que esta pudiese hacer nada para negarse.

El tren entonces comenzó a decelerar. En la lejanía una estación de paso comenzaba a ganarle protagonismo al horizonte. Bajo el silencio del resto de pasajeros Hugo la llevó hasta la puerta del vagón donde la marcha fatigosa del tren comenzó a dar de sí.

-Siento mucho hacerte esto pero no eres la primera persona que viene en mi busca. Ni la primera que tratará de volver con tus mismas intenciones. Pero necesito este tren. Necesito seguir llevando a la gente a donde no pueden volver…Pues yo también tengo un lugar al que no puedo volver y espero algún día encontrarlo también.

Cuando el tren se detuvo Hugo la depositó en un banco del andén. En cuanto lo hizo Helen notó un hormigueo en su cuerpo que comenzaba a desperezarse. Sin embargo no pudo más que contemplar como el tren volvía a ponerse en marcha con Hugo colgado del pescante del vagón dedicándola una mirada extraña mientras se perdía en la lejanía. Helen tardó diez dolorosos minutos en volver a moverse. Diez minutos en los que se prometió encontrar a ese hombre y hacerle pagar por todo lo que había pasado. Entonces se dio cuenta que le había dejado la foto a su lado en el banco. Con mano vacilante la tomó y acarició con añoranza aquella victoria vacía. Sin embargo e inesperadamente sus dedos notaron algo en el anverso de la misma. Allí, donde todo debería ser blanco Hugo le había concedido un último regalo había escrita una dirección y un nombre. Una dirección a la que debía volver.       

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11 respuestas a Sin retorno. (David Gambero)

  1. Ele Menta dijo:

    Estupenda elección del lugar de encuentro.
    Siempre pensé que había mucho más en trenes y estaciones de lo que mis ojos podían captar y mi mente imaginar, que no era poco debido a la letanía de horas que pasaba en ellos que ni los libros lograban llenar.
    Que aquel hombre de negocios era en realidad un espía venido a menos, que tras aquellos ojos vacuos había una gran pasión oculta, que hay trenes que pasan más de una vez y otros nunca lo hacen a pesar de estar anunciada su llegada a las diez y diez.
    Pero nunca imaginé la posibilidad de viajar hacia atrás y ejecutar un Ctrl+z

    Simplemente brillante

  2. Daniel Martín dijo:

    Un relato muy bueno con una idea tan sugerente como siniestra. ¿Quién es capaz de volver a esos lugares donde el destino o el miedo mismo no nos permite regresar?
    Una historia en apariencia sencilla pero tan compleja en su fondo que deja con ganas de más.
    ¡Enhorabuena David!

  3. Ana dijo:

    Me gusta la puerta abierta de la dirección en la foto. Muy buen relato David

  4. Increíble David, siempre nos sorprendes con tus relatos. Muy bueno.

  5. Nei dijo:

    Has creado una genial atmósfera mágica de una forma magistral. No contento con esto, elevas la complejidad del relato de un modo sutil, llevando de la mano al lector a ese lugar donde se esconden los monstruos colectivos y personales.
    Elijo matar monstruos con ayuda de una frase del Talmud: «Quien salva una vida, salva el Universo».

    Gracias por el viaje. No es habitual encontrar magos de palabras.

  6. ana amigo pardo dijo:

    La verdad me parece que narras muy bien la historia, se vé que tienes muchas tablas.

  7. L.Pereda dijo:

    David, muy original y bien narrado. ¡Que dilema eso de poder elegir destinos!
    Un saludo.

  8. Excelente relato David, me he enfrascado en la lectura del relato desde el principio y he viajado por él hasta el final como quien lo hace a bordo de un tren, aunque sea hacia atrás o sin retorno. La idea de la historia es muy buena, me encanta, pero no acaba ahí la cosa porque había que contarla bien para hacerla creíble. Tú lo has conseguido con creces. Narración y diálogos brillantes, que agarran al lector de la solapa y no lo sueltan hasta la última palabra. Enhorabuena y gracias, lo he disfrutado mucho.

  9. montseauge dijo:

    Felicidades David! Y gracias por deleitarnos de nuevo con la magia de tus palabras, por esa imaginación desbordante que posees y por conseguir siempre que el lector se pierda fascinado en tus relatos. El argumento es estupendo, el desarrollo de la acción, esa atmósfera inquietante e incierta que creas. Y el final es la guinda al relato, extraordinario. Te veo viajando en el tren del éxito…¡Felicidades y un abrazo !

  10. Muy bueno, me ha gustado mucho. Has conseguido hacer totalmente creible la historia, me gustan los personajes y los escenarios… todo fluye y engancha. Enhorabuena.

    Vamos a los «peros»… Ojo con un error muy común: mesar no es algo que se haga sin gritar de dolor 🙂
    La «opresión sin cuartel» suena rarísima. Y ojo con «Qué sabrás un tipo como tú». Y por último… ¿la dirección no estaría en el reverso de la foto?

    Lo sé, hoy estoy especialmente puntillosa 🙂

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