El cartel del bar a las siete de la noche (Miguel Oviedo Risueño)

Las siete de la noche de la Avenida Los Estudiantes. Digo «de» y no «en» dadas las características, las cuales sería inútil detallar, que hacen de esta una reconocible postal donde las aclaraciones estarían sobrando. Una de las mil y una posibilidades que nos da las siete de la noche, la avenida, ésta, a pocas cuadras del obelisco para el lado del oeste cerca al río Pasto.

Cuando terminé de pensar en todo eso ya había entrado a uno de los bares que comparten los andenes con alguna escalera de entrada y salida a la avenida. Aunque ya no eran en punto, el ambiente seguía ostentando ese manto de «siete de la noche», manto de neones a la espera del contraste nocturno y de luces de tubo que delatan, quizás, ser viernes.

Me senté en una mesa que, análoga a un altar profano, rendía tributo a un cartel preparado para soltar su efectividad a otra hora del paladar: «Chusos y café con empanadas». Traté de imaginar al autor de la obra y nítidamente se dibujó en mi imaginación la siguiente escena:

El encargado, detrás del mostrador debería estar lustrando una copa con la habilidad de dos dedos forrados de franela mientras, con aspecto pensativo, soltaría una frase en voz alta como si un tubo imaginario enviara el mensaje a la cocina:

Juanito, me tienes que hacer un cartelito con el tema de los chusos. ¿Me escuchaste? Así lo ponemos por ahí.

El teórico Juanito, asomándose por el rectángulo que comunica la cocina con la sala, respondería:

¿Qué chusos?

El encargado, sin desatender su ocupación, retomaría la palabra:

Lo del cartelito. Si te dije. Hay que hacer un…

A lo que Juanito, interrumpiendo la explicación del encargado, contestaría:

Ah, sí lo de los chuso feliz. Hay que ver lo de la cartulina, patrón.

Ya lo mandé al publicista, hace como media hora. Te digo que lo hagas vos porque sos el que tiene letra más linda; así después lo colgamos ahí, arriba de la imagen de la Michita.

Listo  cerraría el diálogo, Juanito.

Cuando me cansé de jugar con la posible historia del cartelito, sentí como si la misma hubiera sido real. Y preferí guardar eso como un hecho; después de todo, si llegaba a enterarme que esa historia no hubiera existido jamás, mi desilusión sería la frutilla de una torta hecha con pérdida de tiempo; y si llegaba a preguntar, y la respuesta fuera: «¿El cartelito del chuso feliz? Ah, sí, lo hizo Juanito», me embargaría una mezcla de orgullo y terror que no estaba dispuesto a sobrellevar.

Llegó el empleado hasta mi lado y, girando la bandeja como demostrándose idóneo en el oficio, entabló conmigo esos diálogos extensos que meseros y clientes sostienen en los bares de la avenida los estudiantes:

¿Sí?

A lo que respondí, acompañando la voz con la típica coreografía pastusa que representó mi deseo:

Un café  Alargando la distancia sonora entre el «un» y el «café», como para mostrarme un hombre pensante y que no pide por pedir.

Pasaron los minutos regulares que lleva tomar un café cuando son las siete y diez y uno tiene que estar siete y media a unas cuadras del lugar donde se encuentra. Pagué y, mientras extendía los brazos contra el borde de la mesa arrastrando la silla para hacer lugar a pararme, escuché:

¡Juanito cierra la puerta!

Me quedé perplejo, sorprendido y acelerando pensamientos ya pensados. Tres segundos; giré la cabeza hacia la ventanita de la cocina al tiempo que me puse de pie. Me dirigí al mostrador decidido a evacuar la duda sobre la existencia real de un Juanito autor del cartel que decía: «Chusos y, empanadas con café»; pero antes de llegar, zigzagueé y enfilé para la puerta. Tuve miedo.

Ya en el andén, un poco turbado por el acierto, me pregunté  ¿por qué algún día no me ocurría tal visión con un número de la lotería?. Puede que la respuesta no sea tan simple, pero me conformó pensar que la clave estaba en el temor. Descubrí que cuando nuestra imaginación no conserva la debida distancia con la realidad nos descubre el terror de pensarnos con un poder que no manejamos, mientras que a ganar la lotería: nadie le tiene miedo. Con esa teoría me quedé satisfecho y continué mi camino.

Seguí caminando mientras trataba de ocupar mi mente con mi historia para no imaginar más historias ajenas. Por un momento tuve temor de que alguien cualquiera, estuviese imaginando la mía. Sentí como si un supuesto, y para mí desconocido, Juanito, parado en la cocina de algún bar, supiese algo de mí.

Descubre más del autor en http://www.miguel-oviedo.blogspot.com.es/
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2 respuestas a El cartel del bar a las siete de la noche (Miguel Oviedo Risueño)

  1. manolivf dijo:

    Me encanta Miguel, juegas con los vericuetos de la mente humana, fascinante y peligrosa a partes iguales, es un tema en el que suelo enredarme a menudo…así que…me ha gustado. 🙂

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