La mortificación de Don Juan (Ana Pascual)

El padre Juan lleva cuatro años ocupando la vacante de sacerdote en un pueblo de la provincia de Burgos. Cada poco tiempo, no más de un trienio, esta plaza quedaba libre; los sacerdotes huían, incluso amenazaban con colgar los hábitos si la santa madre iglesia no atendía a la petición de ofrecerles otro destino. En el caso del padre Juan, sólo en dos ocasiones ha estado a punto de sucumbir a la llamada de auxilio, pero saca fuerzas de donde no creía tenerlas y aguanta estoico el aluvión de insensateces y pecados. En la población nadie había cometido delitos de sangre, pero menos el quinto, el resto de leyes sagradas son vilipendiadas a la mínima por la mayoría de los habitantes. Lo peor es la constante reincidencia, y la falta de arrepentimiento que muestran en el turno de confesiones. Eso es lo que poco a poco ha ido mermando la buena voluntad, y las nobles acciones a las que Don Juan les tenía acostumbrados.

Hace un par de años, el sacerdote instauró en las tardes de los sábados el ejercicio de las confesiones que, tienen lugar en la taberna del Castellano, pues observando los hábitos de la población, fue consciente que de otra forma era imposible hacerlo. Salvo cuatro viejas amojamadas nadie más se acerca a la iglesia, ni si quiera para admirar su riqueza arquitectónica. Cuatro años han transcurrido desde que llegara una mañana de frio extremo a la plaza del pueblo, y se quedara mirando la fachada gótica de la iglesia acongojado. Sin embargo, no tardó mucho en aflorar su gran fuerza interior y perseverancia para llevar a cabo una labor evangelizadora, en uno de los puntos negros que tenía señalado el obispo de Burgos en el mapa de la provincia. Él sabe que no ha mejorado mucho, porque la iglesia sigue sin fieles, pero al menos ha conseguido que reconozcan y verbalicen sus malos actos. El Castellano siempre tiene una mesa reservada para él; la más alejada de la barra y del jolgorio de las borracheras. Entre hipos y eructos, el padre Juan escucha las mismas confesiones todos los sábados, de tres a cinco.

–Si yo a usted le entiendo, padre, pero ya sabe… una cosa es la teoría y otra la práctica. Además cuando me enciendo, es que no pienso – el parroquiano deja escapar algunos gases por la boca, haciendo bastante ruido – perdón padre… – Don Juan cierra los ojos, gira su cabeza y hace un gesto de apremio con la mano- …es que se me nubla la mente ¡y enloquezco! – le cuenta, mientras acaba su copa de vino.

–Pues hay que pararse a pensar y, razonar un poco. También te vendría bien beber menos… – el sacerdote le da la absolución sin mirarlo, tiene los ojos clavados en la mugrienta madera de la mesa, donde puede leer perfectamente: «a Dios también le gusta el vino».

Las mujeres son otro cantar, las más ancianas pasan las horas adormiladas como gatos negros en los bancos de la iglesia, y las jóvenes son muy escurridizas, pero no pierde la esperanza de que, algún día conseguirá acercarse a ellas y hacerlas recapacitar.

Sin duda el peor de todos es Ramiro Tarrantantúa, al que Don Juan a menudo le dice que, no es necesario que se confiese si no le apetece, pero Ramiro no es un hombre muy despierto y no capta el verdadero mensaje que le lanza el sacerdote, «padre, yo como todos los demás», le contesta, hinchando el pecho, porque está harto de quedarse al margen de todo, y es en el acto de la confesión donde siente que puede sumarse al grupo sin llamar la atención, ni ser rechazado. Este hombre se ha convertido con el paso del tiempo en su cruzada personal. De mil maneras ha intentado corregir «su desviación», así se refiere Don Juan a la conducta animal e insaciable de Ramiro. Para corregir sus impúdicos actos hace un mes que le ofreció la guarda y el cuidado de los difuntos, pensando que, no podía encontrar entre estos las tentaciones carnales que siempre halla en cualquier ser vivo.

Por hoy ha terminado su jornada en la taberna; el sacerdote regresa a la iglesia caminando cabizbajo, va sorteando los adoquines rotos y, observa esperanzado los primeros brotes de hierba que asoman por entre las grietas del empedrado. Se consuela pensando que, después de todo no ha sido un mal día, pues se ha librado de la terrible confesión de Ramiro, para quien pide a Dios todos los domingos que se lo lleve y lo acoja en su reino cuanto antes, pues ya le es difícil soportar su falta de escrúpulos y su conducta viciada.

Cuando llega frente a la casa del señor alza la vista en busca de cobijo espiritual y contempla abatido que, en su ausencia algún cenutrio a roto a pedradas las vidrieras del rosetón… Algo se remueve en su interior, empuja con violencia los portones y se dirige a paso rápido hacia el presbiterio, donde se arrodilla exhausto. Con los brazos en cruz reclama la atención de un dios que lo ha dejado solo hace mucho tiempo. Entre sollozos repite la misma cantinela de todos los sábados, «padre, perdóname. Confieso que me he sentido tentado de utilizar la fuerza contra alguno de tus siervos, que incluso he pensado y llevado a mi imaginación actos violentos… ¡ay padre, ayúdeme!, no sé qué me está pasando…». Permanece durante horas postrado ante una talla del siglo XIV que, reproduce la agónica imagen de un cristo crucificado. Poco a poco el paso del tiempo le devuelve el sosiego, siente como sus palpitaciones van remitiendo, y deja de respirar por la boca como un pez moribundo. En uno de sus últimos actos de fe, junta sus manos con fuerza, entrelazando los dedos y los lleva hasta sus labios que, encadenan en susurros repetitivas oraciones. Terminados los rezos, se prepara para la eucaristía, sobreponiendo a la sotana la túnica blanca que, se ciñe al cuerpo con el cordón de color oro. Por un momento se queda abstraído… sentado en el segundo escalón que precede al altar, jugando con las borlas del cíngulo entre sus manos, y es en ese momento cuando se dice a si mismo que, no es más que un hombre, sencillamente eso… un hombre que nada a contra corriente, al que no le quedan muchas fuerzas para seguir dando brazadas…

Su paz interior es interrumpida por la presencia de Ramiro que, se arrodilla a su lado y empieza a hablarle atropelladamente.

–Usted, usted me dijo que… que los animales también son criaturas del Señor, pero…

–¿Otra vez, hijo mío?- el cura se cubre el rostro con las manos.

–Si, si, no he podido evitarlo, pero no es eso…- Ramiro habla tan cerca de la cara del sacerdote que le salpica de saliva. – ¿Y los difuntos, padre?

–¡Virgen Santa! ¿qué has hecho? – Don Juan se pone en pie y se limpia la cara con una manga del alba.

–Usted me conoce, soy muy fogoso.

–Un depravado es lo que eres.

–¿Cuántos padres nuestros tengo que rezar por eso?- dice Ramiro, todavía arrodillado como aparentando arrepentimiento.

–¡No lo sé! Ahora mismo no puedo pensar con claridad.- El padre Juan retuerce con fuerza entre sus manos el cíngulo dorado; sólo él mismo y dios saben lo que está pasando por su cabeza…

–Padre, no se atore que, no fue más que la puntita…

–¡Cállate! Cómo has podido hacer semejante aberración, ya no respetas ni a los muertos.

–Pero si… no fue nada… además ellos ni sienten, ni padecen…

–¡Calla, degenerado!- Don Juan desata el nudo del cordón que le ciñe el alba y, con un movimiento rápido que pilla por sorpresa a Ramiro, se lo ata al cuello.

–Padre que… me está… apretando.

Ramiro sale de la iglesia todavía con el susto metido en el cuerpo, frotando con sus manos la marca que le ha dejado en el cuello el cerco del cíngulo. Camina unos metros como pensativo, busca con la mirada el poyete que señala el comienzo de las tierras de su tío, coge asiento y se queda entretenido, observando cómo se desplaza el rebaño de cabras que dirige su primo. Visto desde lejos el conjunto de animales se mueve lentamente, como las nubes, creando formas con las que Ramiro se recrea, igual que cuando era niño. El rebaño se le acerca por la vereda. El perro pastor que va de avanzadilla lo olfatea a una distancia prudencial, y pasa por delante de él sin mirarlo, igual que su primo y el resto de animales que, desfilan sumisos por el sendero. Una de las cabras se queda rezagada del grupo y emite un par de balidos entrecerrando los ojillos. Ramiro interpreta la voz cabruna de la misma forma que lo haría un macho cabrío; tensa su cuerpo aferrando las manos a sus rodillas hasta clavarse las uñas y, entre dientes le dice al animal: «no me mires así, cabrita…».

Mientras tanto las mujeres más ancianas acuden a la iglesia, extrañadas por no haber oído el tañido de las campanas que, habitualmente las convocan para celebrar la eucaristía. Cada una se dispone a ocupar su lugar en los bancos más cercanos al altar, avanzan a pasos cortos y en hilera. Todas se sorprenden cuando ven al padre Juan agarrado a una de las columnas que sostienen el crucero; tapan sus bocas con parte y se persignan varias veces, conmovidas por lo que están viendo. El hombre está asido a la piedra con verdadera desesperación y arremete contra ella con la cabeza… Cuando empiezan a fallarle las fuerzas, su cuerpo resbala lentamente por los nervios de la columna, hasta dar contra el suelo. Entonces las mujeres se acercan y le rodean, sin atreverse a tocarlo, porque inexplicablemente el padre Juan está jurando en hebreo, sacudido por violentos espasmos.

Media hora más tarde, se formaron en la puerta de la taberna los primeros corrillos, que acogieron al chismorreo y el estupor. Fueron varias las conjeturas y dudas que surgieron, pues nadie tuvo claro cuál era la procedencia del cura, ni a qué orden religiosa pertenecía. Ante tanta incomprensión y desconocimiento le cargaron el muerto al diablo que, para estos casos de enajenación era el más apropiado…

Cuando llegaron los del hospital con su semblante serio y sus trajes blancos, sintieron pena por él, al verlo inmovilizado en la camilla, con la mirada fija en el cielo que, esa mañana era de un azul intenso.

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30 respuestas a La mortificación de Don Juan (Ana Pascual)

  1. Querida Ana, has escrito un relato magnífico, muy descriptivo que seduce al lector hasta el final. No se si le faltan tildes o le sobran puntos, no lo sé; pero si se que está cuidado, repasado y mimado. un saludo.
    Arturo`Daussà

  2. aprendiz de poeta dijo:

    Ana Pascual,me has regalado un relato extraordinario porque no me dejó «dejarlo»,jejej.A mi parecer tiene de todo para ser un gran relato que además nos hace reflexionar en la naturaleza del hombre y sus contrapuntos con la fé.Enhorabuena.Saludos.

  3. Alex de la Rosa dijo:

    Genial relato, me ha gustado mucho. En algunos momentos me has hecho reir bastante jaja. Un saludo!!

  4. Joan manuel García Paz dijo:

    Excelente trabajo amiga, has logrado un relato extraordinario, lo vi en otro espacio y no pude resistir la tentación de venir aquí, al lugar original para ofrecerte mi felicitación, la verdad disfruté mucho su lectura:las andanzas de Ramiro, jeje,la apatía de la gente por las cuestiones de la fé y los intentos de Don Juan y déjame decirte que hace mucho tiempo aquí en mi pueblo hubo un sacerdote que iba a las cantinas,bares,o tabernas a pedir que los que estaban gozándola, le escatimaran unos pesos a su diversión para darle a él,la oportunidad de alimentar a sus «viejitos» en el asilo o completar sus otras buenas obras, hasta eso me recordó tu excelente relato.Felicitaciones.

  5. manolivf dijo:

    Muy buen relato Ana. Captas la atención del lector desde el principio hasta el final, eso lo es todo en una historia. Por corregir algún tiempo verbal y alguna h que se te ha olvidado: «algún cenutrio a (ha)roto» pero son pequeñeces porque el relato es magnífico y el lector acompaña al padre Juan en su calvario hasta el final. Enhorabuena.

  6. Ana Pascual dijo:

    Muchas gracias, Arturo, me alegra saber que te ha gustado. Si que es un relato cuidado, pero seguro que se me ha escapado algo, siempre me pasa ;). Saludos.

  7. Ana Pascual dijo:

    Agradezco tus palabras, Aprendiz de Poeta, me satisface saber que esta historia rocambolesca, te retuvo hasta el final. Saludos

  8. Ana Pascual dijo:

    Gracias, Alex, si te hice reír ya me doy por satisfecha. Un saludo.

  9. Ana Pascual dijo:

    Muchas gracias, Joan Manuel, por pasarte también por aquí. Me alegra saber que lo has disfrutado. Respecto a lo que me cuentas sobre el sacerdote de tu pueblo, me parece loable su conducta. Un abrazo.

  10. Ana Pascual dijo:

    Manoli, gracias por tus correcciones (ese «a roto» sin «h» hace daño a los ojos…). Me alegra que te hayas entretenido con esta historia y sus personajes. Un saludo.

  11. Mar dijo:

    GENIAL!! es como estar viendo un cortometraje, toda la narración y la expresividad del cura es muy visual. Felicidades, Ana. Un saludo.

  12. amaiapdm dijo:

    Ana, muchas gracias por escribir, me he quedado con ganas de saber algo más de este pobre cura martirizado por todo el pueblo. Te deseo felices fiesta y un prolífico 2014. Un beso literario. Amaya

  13. Ana Pascual dijo:

    Gracias Mar. Es importante para mi lo que dices, pues uno de mis objetivos era que «se pudiera ver». Saludos.

  14. Ana Pascual dijo:

    Amaya, gracias a ti. Anoto lo del final, la verdad que podría haberlo cerrado. Feliz Navidad y para el próximo año mis mejores deseos. Un beso enorme.

  15. David Rubio dijo:

    Es un gran relato, con mucho trabajo detrás. Enhorabuena

  16. Ana Pascual dijo:

    Muchas gracias, David. Un saludo.

  17. eva dijo:

    Maravillosa narración, ágil, amena, cercana y D. Juán…me ha encantado. He disfrutado muchísimo. Gracias por compartirlo y Feliz Navidad!!

  18. Ana Pascual dijo:

    Muchas gracias Eva, qué bien que lo hayas disfrutado. Feliz Navidad para ti también, un abrazo.

  19. leticiajp dijo:

    El principio me ha resultado algo confuso por los tiempos verbales, algunas comas que cortan las frases y porque no veía bien adonde iba a parar el argumento. Luego, una vez más metida en el relato, me ha resultado simpático, me ha hecho sonreír varias veces y estoy de acuerdo en que has conseguido que fuera muy «visual» y que te puedes imaginar las escenas en la cabeza (que algunas sería mejor no verlas 😉 ) Este personaje te podría dar para más relatos, añadiendo otros que le traigan de cabeza al pobre cura.

  20. Ana Pascual dijo:

    Leticia, agradezco tu opinión, me alegra que te hiciera sonreír… muchas gracias por las correcciones, de ellas se aprende. Un saludo.

  21. BANDOLERA dijo:

    Me ha gustado mucho ese punto costumbrista. No obstante, deberías retocar algunos tiempos verbales, creo. Felicidades.

  22. Ana Pascual. dijo:

    Muchas gracias por tu opinión, Bandolera. Un saludo.

  23. Ángela dijo:

    Magnífico, Ana, estupendo. 🙂 Luego te comento más, que ahora ando muy escasa de tiempo. Pero no quería dejar de felicitarte.

  24. Ana Pascual dijo:

    Muchas gracias Ángela. Seguimos leyéndonos en el 2014. Un abrazo.

  25. manolivf dijo:

    Enhorabuena, Ana. Me alegro mucho por ti, te mereces ese primer puesto.
    Un abrazo y feliz año. 😉

  26. David Rubio dijo:

    Enhorabuena. Felicidades para este 2.014.

  27. Ángela dijo:

    Enhorabuena, Ana, tu relato es excelente. Un abrazo enorme y feliz año. 🙂

  28. Ana Pascual dijo:

    Manoli, David y Ángela, muchas gracias. Tenemos un año entero y sin estrenar para seguir escribiendo… Abrazos.

  29. Ana Pascual dijo:

    Gracias, Mar. Feliz año.

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